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Campamento de infortunio

REPORTAJE BONJOUR BOBIGNY – SEMANA DEL 2 AL 8 DE JULIO DE 2009

Bajo el puente de Bondy, entre el canal y el tranvía, varias familias de Roms han instalado sus caravanas. En este campamento predomina la cortesía de sus habitantes, una cierta resignación y una gran miseria.

No debe ser muy liviano vivir una expulsión de buena mañana. Así lo confirman de forma unánime: el pasado 20 de mayo, en el emplazamiento de la antigua estación de Bobigny, sin duda no lo fue.

La policía llegó y nos advirtió: o salís o destruimos vuestras caravanas” , recuerda Gheorghe, un chico de 19 años. “Nos han amenazado con usar gas lacrimógeno. No nos queríamos ir, no teníamos otro sitio adonde ir. Pero llamaron a los del depósito y empezaron a sacar las caravanas. De golpe, abrimos las puertas, nos empujaron y sacaron a los niños de forma violenta. Una mujer se sintió mal y tuvieron que llevarla al hospital” , así lo contaba el mismo chico con un francés bastante bueno. Esta gente ya conoce las expulsiones, forman parte de su cotidianidad. Este día ellos evocan los aproximadamente cincuenta Roms expulsados del campamento que ocupaban desde hacía diez días en Bondy, una vez que los echaron de Saint-Denis. Sobre este tema no paran de hablar, a veces incluso ni ellos mismos se ponen de acuerdo con las cifras “Ochenta y siete en dos meses” , afirma uno.

Todo es somero. Además del profundo sentimiento de no ser aceptados en ninguna parte, los Roms ven sus caravanas – su único bien- rotas en cada expulsión. Las que están instaladas sobre el puente Bondy están llenas de marcas, son heridas de guerra: ventanas rotas, agujeros en los techos, etc. Unas 85 personas viven en este campo de fortuna, bordeado por las vías del tranvía. Entre esta población, encontramos 16 niños escolarizados en la escuela de Romain-Rolland. Aquí todo es somero, rudimentario: no hay ducha ni agua corriente.

Sólo algunas caravanas de las 24 que hay en el campamento tienen electricidad, gracias a un pequeño grupo electrógeno.

Los contenedores de basura están desbordados, la ropa está tendida en cuerdas sujetas de cualquier manera. Por el suelo hay papeles, botellas o paquetes de cigarrillos vacíos. Para lavarse existen las duchas de una piscina cercana, siempre y cuando abones la entrada. “El ayuntamiento nos ha permitido ocupar este terreno, así que instalamos nuestras caravanas después de limpiar el sitio. Cuando llegamos nos encontramos una cabaña, escondida allí al fondo. Desde hace varios meses vive una familia serbia”.

Ni ladrones ni chanchullos”

El hombre que está hablando –de baja estatura, rostro seco y marcado- tiene un fuerte acento de la Europa del Este. Se hace llamar Al Pacino y se presenta como un judío yugoslavo casado con una rumana. Tiene 47 años, y desde los 10 años vive en Francia. Se expresa moviendo el cuerpo y los brazos, cuenta que habla veintisiete lenguas y que conoce gente dentro de la policía. “Incluso el Prefecto el otro día me pidió que acogiera a unos jóvenes que tienen los padres en Rumania. Pero yo sé que roban y no quiero que se queden. Aquí no hay ni ladrones, ni chanchullos”.

Insiste varias veces en dar las gracias al Ayuntamiento. “No, yo no soy el jefe del campamento. Sólo soy el jefe de mi familia” , recalca.

Sin trabajo. Sin embargo, en todo momento, se oye “Al Pacino” por aquí, “Al Pacino” por allá. En caso de problemas, todo el mundo acude a él. En cierto modo, su coche sirve de salón. Ahí guarda sus documentos –la lista completa de los habitantes del campamento, una revista dedicada a los Roms, etc.- y en ocasiones hasta se hecha la siesta.

Y Gheorghe ¿con qué sueña? Por el momento pasa las horas jugando al ajedrez con un compañero. Le pide a su amigo Al Pacino que le traduzca la pregunta, como si no estuviera seguro del significado de la palabra “soñar”. A menos que, en este panorama de desolación, lo haya olvidado. Reflexiona un instante y responde: “Encontrar un trabajo para no tener que pedir limosna. Con un trabajo podría vivir bien. A los rumanos nos gusta trabajar, aunque el trabajo sea difícil” , asegura este chico padre de un bebé de tan sólo un año.

La salud preocupa. De golpe, cuando llega el empleado que se encarga del mantenimiento de los baños, sube un poco el tono. Al Pacino le interpela: “Jefe, no funciona la cisterna del lavabo” . “Se ha echado ropa en los lavabos, ¡Y ya se sabe que lo hacen!” , se queja el empleado. Al Pacino no sale de su asombro. Todo acabará poniéndose en su sitio. El campamento sólo tienes dos aseos. “¡Nos harían falta cuatro o cinco por lo menos!” , explica un hombre.

Mucha gente teme por su salud. La asociación Médicos del Mundo acude con regularidad para tener noticias de sus pacientes, auscultar a pequeños y mayores y para prescribir recetas. La salud es la principal preocupación de Anuta, que invita al visitante a entrar en su casa. Un interior pequeño bien arreglado y limpio, con pósteres sobre moda, bibelots y flores de plástico. Anuta tiene 41 años y de entrada ya te cuenta que padeció un cáncer de mamas, mientras te enseña todo el expediente médico. Beneficiaria de la CMU (en Francia es una cobertura de enfermedad universal), dice que en este país la tratan muy bien “estoy en Paris, en el hospital Saint-Antoine”. Un tratamiento del que no podría beneficiarse en Rumania, donde su marido la está esperando. Desde hace algún tiempo su hermana Julia vive con ella, ha venido expresamente desde allí para cuidarla. Mientras corta tomates y cebollas finamente, para preparar la cena,, nos propone tomar un café. Anuta compara la escasa limosna con el precio de los numerosos medicamentos que debe comprar. A regañadientes reconoce que pide dinero en la calle –“es muy vergonzoso”, sostiene-. Lo pide en Saint-Denis, frente a una panadería. Mientras tanto, Al Pacino, ¿en que estará soñando? “Me gustaría plantar un jardín de flores en medio del campamento. Sé que habrá que trabajar y que por lo menos costará 500 euros. Pero ¿Quedaría muy bien, no crees?”

Daniel Georges

Photos : Serge Barthe Me gustaría plantar un jardín de flores en medio del campamento. ¿Quedaría muy bien, no crees? - AL PACINO


I(le) Traduttori(trici) Volontari(e) per il diritto alla casa senza frontiere dell’IAI che hanno collaborato con la traduzione di questo testo sono:

Olga Brea Corredor, Zaida Machuca